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Carmen Abril Martín
Fotografías: David Ortega
¿Carácter castellano?
La sociología actual desestima bastante la idea de que el clima y el paisaje de una región determinan el carácter de sus gentes. Se rechaza, creo, por su peligroso potencial como argumento supremacista. “Los menganianos se han desarrollado menos que nosotros porque en esos países hace mucho calor y están atontaos, menos mal que los conquistamos con nuestro progreso y les trajimos la luz nórdica, el buen hacer y el jabón de Marsella” y cosas mucho peores. Tampoco se trata de eso. La correlación que existe entre las condiciones ambientales del lugar donde nace y se socializa un grupo de personas y la manera que tiene éste de entenderse así mismo y relacionarse con el mundo es a priori lógica, pero es también un tema con muchas caras y por extensión con muchas aristas. ¿Existe algo así como “el carácter andaluz”, el carácter gallego, el carácter castellano o el murciano? ¿o son jerigonzas y perogrulladas rancias?


Nadie es más que nadie
En LPR, con alguna que otra reserva, aún creemos en esta idea. Obviamente la individualidad de cada uno pesa. “Cada persona es un mundo”, que se dice. Además, en la actualidad las poblaciones se han movilizado mucho y un enorme porcentaje de personas vive hoy en un sitio diferente y lejano a aquel en que nació. Quizá esta idea actúa con menos fuerza ahora que podemos refugiarnos en casas perfectamente aclimatadas y que nuestra riqueza material, salvo excepciones, no depende de los frutos directos del campo y de la amabilidad de la Naturaleza. Y desde luego que no tiene sentido utilizarla para justificar la superioridad o inferioridad de unos u otros. Nadie es más que nadie. Nadie es más que nadie. Nadie es más que nadie.

Pero la huella milenaria, el poso histórico, la memoria colectiva inconsciente…Algo hay ahí, todavía. O eso creemos nosotras. La cultura popular se construye en relación al entorno, y las identidades y carácteres tienen mucho que ver con la cultura en la que surgen. Y aunque la cultura popular actual hunde sus raíces en un entorno global y ultra diverso y todo está, en fin, muy removido ya, creemos que el carácter colectivo de una región es algo que de alguna manera aún persiste, está ahí, indeterminado, atávico, delineado por los vientos, las temperaturas, los colores, los paisajes y por qué no, las canciones antiguas.


Las personas castellanas
Creemos que, de algún modo y aunque ocurra de modo imperceptible, el paisaje y el clima moldean a la persona; primero su sentir y después su ser; su identidad.
Y el caso del clima de Castilla es singular, sobre todo porque no puede decirse que haya un solo clima. Más bien, el clima es todos los climas. Aquí, las 4 estaciones son muy vívidas, todo son extremos. Nuestros termómetros realizan un recorrido larguísimo, de los -10 grados a los casi 40. Eso son 50 grados de diferencia ¡¡50!! y este amplio recorrido nos permite, siguiendo el razonamiento que venimos trayendo, un registro emocional amplísimo. El fuerte contraste en la temperatura, como ocurre con los frutos, nos vuelve quizá menos jugosos, más secos, pero nos infunde un sabor denso y profundo y una textura sólida, enjuta y prieta. Somos una tierra dura, pero también, y casi a consecuencia de ello, una tierra de sabor. Las personas castellanas no somos hoscas ni hostiles, estamos reconcentradas. Atravesamos demasiados contrastes climatológicos y anímicos a lo largo del año (y de los años).

El paisaje castellano
Respecto al paisaje, qué decir. Quizá no ocurre de manera tan exagerada como en cuanto al clima, pero también hay un abanico amplísimo y muy contrastado de paisajes castellanos. Lo decía Delibes, “Castilla no es ancha, sino varia” y cualquiera que se haya dado un par de buenos paseos por la región lo corrobora. Sin embargo, y a pesar de la montaña palentina, del norte de Burgos, de León…es cierto que la meseta eclipsa un poco todo, ancha, uniforme y rotunda como es. La aridez y la infinitud del páramo, del vasto campo de cereal, los Campos de Castilla, se llevan un poco el protagonismo de la peli desde siempre (los de montaña no quejarse, que tenéis montaña).
Unamuno reiteradamente definía Castilla como desnuda y despejada; crustácea y nervuda; dura y solemne. Hay un cierto mito en torno a la dureza del carácter castellano. Desde luego no somos andaluces, todo farolillos y caló, aunque tampoco somos gallegos y muchísimo menos murcianos. No hay lluvia ni misterio en nuestro carácter colectivo, ni un calorro constante y apabullante. El carácter castellano es sencillo y adusto; tieso, pero bondadoso y muy real (y ta’ difícil ser real, ya lo dice yung beef). No hay zalamerías, ni tampoco introversiones extremas. El ser castellano es social, pero sin florituras, sin falseríos de corte (o de cortijo, me disculpan el beef). Se vive -o se vivía- en las plazas. En Castilla no hay grandes caseríos alejados unos de otros, hay plazas. Pequeñas, cuadradas, llenas de bancos.


Cierto que esas plazas se pasan desiertas todo el invierno, y que también un elemento esencial, irrenunciable e inabarcable son los campos inmensos, infinitos, donde se pierde la vista en el horizonte, como sólo pasa en el mar. Quizá eso nos hace más meditabundos, más hondos, más ascéticos y espirituales. También más callados. Cuando uno está en una extensión amplia y despejada, en la que el cielo ocupa casi tanto espacio como el suelo…se siente más pequeño y percibe como más insignificante cualquier cosa que se le pueda ocurrir decir.

ADN castellano
El castellano es callado, pero verdadero; duro, pero noble; orgulloso, pero al mismo tiempo humilde, consciente de su pequeñez. El castellano lleva dentro de su ADN sociológico un abanico amplísimo de naturaleza y contrastes.
Y no es más que nadie,
pero en materia espiritual
si el resto son vecinos
es él el alcalde.