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Los maquis de Barruelo

Tiempo de lectura: 3 min

Carmen Abril Martín

1838

Entre los divertidos nombres de Valdecebollas, Villabellaco, Porquera y Mataporquera, encontramos en el mapa Barruelo de Santullán, hoy una pintita insignificante, un pueblo del norte palentino más. En su día, sin embargo, fue un punto de ebullición cultural castellana, un caldero hirviendo de influencias europeas, hitos sociales y luchas.

Es 1838, época victoriana en otros lugares y  tiempos convulsos en una España que intenta ser elegante y afrancesada y se ve en cambio envuelta en una terrible guerra civil (la segunda carlista) que, como siempre ocurre en estos casos, lo embrutece y empobrece todo. 

Es 1838 y en el pequeño pueblo montañés de Barruelo se da un buen día un fabuloso hallazgo: carbón. Un párroco de la zona, Ciriaco del Río, señala una grieta negro azabache en el suelo que cambiará la historia de Barruelo de manera radical. Por aquel entonces, pensadlo, encontrar carbón era equivalente a encontrar un gran pozo petrolífero o, directamente, una veta de oro en el suelo.

 

Es 1838 y en Barruelo, el paseo mañanero casual de un sacerdote rural, cambia el destino del pueblo para siempre, de pueblo montañés a pueblo minero, de insignificante a boyante. Este gran hallazgo trajo al pueblo la gloria y el conflicto, como casi todos los grandes hallazgos.

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Maquis de Barruelo | Edit de @perranube | Fotografías @enbuscadelsol

Buenos tiempos

Se puso en marcha la explotación. De ello se encargó una gran empresa ferroviaria francesa (en la época, el progreso lo simbolizaban estas dos efes, Francia y Ferrocaril). Antaño las cosas de palacio iban todavía más despacio y la instalación y puesta en marcha tomó unos años. Después, hubo décadas de altibajos en la producción, hasta que el sistema logístico por fin se estabilizó, allá en los años 20 -casi 80 después del descubrimiento del párroco- cuando la extracción alcanza su máxima productividad y el pueblo su máxima riqueza. 

En estos años, Barruelo se enriqueció tanto que llegó a contar con 8.695 habitantes (entre los que se encontraba la abuela de quien esto escribe, que vivió precisamente el período del que aquí se habla). Para tratarse de un pueblo del norte y en esa época, tener casi 9000 habitantes era el equivalente a ser una ciudad con todas las letras. 

Barruelo era el pueblo más importante de Palencia, con mucho, casi tan importante como la propia capital. Tuvo cine antes que ella, el Olimpia ¡¡Imaginaos lo que eso suponía!! Tener buenas comunicaciones ferroviarias y un cine con sonido era prácticamente el equivalente de la época a vivir en el futuro.

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Cartel antiguo de los cines de Barruelo
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Cartel antiguo de los cines de Barruelo

Era un orgullo ser de Barruelo, según me cuenta mi abuela (“aunque luego venían las de Brañosera al baile, con esos muslos, a quitarnos a los chicos”). Parte del pueblo siguió viviendo por supuesto de la ganadería y de la explotación de su riquísimo entorno natural, pero las minas supusieron una inyección de personas, de infraestructuras y de inquietudes sin parangón. Se construyeron mini barrios enteros de apartamentos para los trabajadores (más sofisticados y espaciosos para los ingenieros, más sencillos aunque sólidos para los mineros) y Barruelo, en fin, rezumaba riqueza y prosperidad.  Sin embargo, las grandes fortunas suelen acabar ocasionando grandes descalabros y en este caso no hubo una excepción. 

Toma de conciencia (y de armas)

Los mineros, además de trabajadores, eran seres conscientes (y además insisto, ciudadanos más modernos que la media española) y se daban cuenta de la riqueza que estaban extrayéndole a la tierra, sin sus brazos, sus ríos de sudor y su sangre (se perdieron muchas vidas en accidentes, 167 sólo desde 1915, para ser concretos), se quedaba ahí, incrustada en la tierra, no era nada. Se sabían bien pagados, pero también notaban su salud enflaquecer a pasos acelerados, cosa que no ocurría con la de los ingenieros, a quien sabían mucho mejor pagados. Los ecos del este europeo iban llegando (hablamos de 1920) y Barruelo se convirtió pronto en un referente del asociacionismo obrero. Era un pueblo rico y bien comunicado, un pueblo joven y moderno, y, además, un pueblo fundamentalmente obrero….las cosas no podían haber sido de otra forma: la revolución floreció en Barruelo.

 

En 1934 los mineros se unen a la revolución de octubre iniciada en Asturias y Cataluña: los mineros se levantan, toman el ayuntamiento, y con él el control del pueblo. El ejército no tarda en llegar e intervenir el levantamiento. Hay encarcelados y algunos muertos. La revolución obrera ha fracasado. La tensión es enorme.

Al poco, la guerra civil estalla. 

Maquis de Barruelo | Edit de @perranube | Fotografías @enbuscadelsol

Conejos, corzos, jabalíes, osos, lobos… y los maquis de Barruelo

Los mineros huyen a las montañas, se convierten en maquis.  Guerrillean durante dos años, hasta el fin de sus fuerzas (mi abuela, siempre que habla de su infancia, habla de bombas y disparos). Cuando todo está perdido y ya no hay nada que guerrear, simplemente esperan, escondidos. Durante años, se funden con la Naturaleza de la zona -el espectacular Parque Natural de Brañosera- como seguramente sólo sus ancestros paleolíticos lo habían hecho. Durante esta época se alimentan entre otras cosas de gamones, unos tubérculos que dan flores, de los que también se alimentan los jabalíes (son como patatas pequeñitas y naranjas, nos lo contó Tino cuando fuimos con él a la montaña).

Tino García Cayón sosteniendo Gamones |Foto de @lubca_

Vida paleolítica. Una cueva de refugio, como la que podría acoger también a un oso (con cuidado de que no sea la misma que ha acogido a un oso). Andar atentos a los lobos, que nunca se sabe, igual que un conejo o un corcillo. Lo normal es que los animales huyan del olor humano, pero los aullidos en plena noche le hielan la sangre a cualquiera… Además, igual que huelen a los humanos, huelen el miedo y la debilidad… Fuegos los menos, porque había que ser discreto, aunque algún puchero se permitirían de vez en cuando. Posiblemente, los seres queridos se arriesgaban para hacerles llegar vino y cigarrillos, placer contemporáneo que no  tenían en el paleolítico, vicio singularmente humano, sin paralelismos con el consumo animal. Pero vida paleolítica al fin y al cabo. Incrustados en el monte, haciendo de él su casa.

 

Al final, pasados varios años de esta existencia, tan natural y bucólica, sí, pero tan cargada de miedo y tan dura, y viendo que no hay un destino halagüeño, muchos intentan huir por Francia, algunos con éxito.

Fin de la historia

Franco ha ganado y nacionaliza las minas, englobándolas, esta vez oficialmente y por entero, en Renfe. La producción se estabiliza y todo el mundo trata de olvidarse de la guerra. 

En los años 70, el petróleo se institucionaliza como la nueva fuente de energía. Solo dos años después las minas se cierran, dejando en la calle a miles de obreros. Para cuando llegan los años 80, Barruelo tiene una población de 2.825 habitantes. 

Hoy son 1.117(en verano) y ya no hay cine. Barruelo es un pueblo pequeño y, como mucho, la gente lo relaciona de refilón con la minería.

 

Mientras la recordemos, mientras la sigamos contando, esta violenta y al tiempo gloriosa etapa de Barruelo no se disipará y el pueblito entre Valdecebollas y Villabellaco será recordado como uno de esos puntos donde toda la historia de la España moderna aconteció junta en unos pocos años, un punto concreto del mapa que un cura señaló abriendo la caja de pandora, con ambivalentes implicaciones y sin vuelta atrás.

Viva Barruelo de Santullán.

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