Tiempo de lectura: 3 minutos
Texto: Emilio Burgoa
La historia de Castilla, tan compleja y dilatada en el tiempo, ha alumbrado a una serie de mujeres extraordinarias que lograron brillar con luz propia en un mundo reservado para los hombres. Aquí, las mujeres reinan y gobiernan por derecho como hicieron Urraca I de León, la Temeraria, María de Molina, Isabel I la Católica o Juana I; comandan ejércitos, como Urraca de Zamora o dedican su vida a las letras y la enseñanza, como Beatriz Galindo, la Latina.
Con motivo del aniversario de la batalla de Villalar y la Guerra de las Comunidades
(sobre la cual tenéis disponible un artículo en esta misma revista), es necesario tratar el papel fundamental que desempeñó en la revuelta una mujer que a un mismo tiempo gobernó, comandó y destacó culturalmente. Hablamos naturalmente de doña María López de Mendoza y Pacheco, más conocida como María Pacheco, la leona de Castilla o el tizón del Reino.
Una vida muy especial
María Pacheco nació en el año de 1496 en la mismísima Alhambra de Granada, tomada hacía apenas 4 años por las tropas de la reina Isabel, en el seno de una familia de la alta nobleza castellana. Su padre, Íñigo López de Mendoza, conde de Tendilla y marqués de Mondéjar popularmente conocido como el Gran Tendilla, fue un personaje de gran fama en la época debido a su interés por la cultura humanista y su habilidad con las armas. Su madre, Francisca Pacheco, pertenecía al linaje de los poderosos marqueses de Villena.

Durante su niñez en Granada, María y sus hermanos recibieron una esmerada educación renacentista y humanística, llegando nuestra protagonista a aprender y dominar el latín, el griego, las matemáticas, la poesía y la historia. Como curiosidad cabe destacar que su hermano pequeño Diego Hurtado de Mendoza llegó a ser un reconocido poeta, escritor y diplomático al que se atribuye la autoría nada más y nada menos que del inmortal Lazarillo de Tormes.
En esta misma época de juventud, en medio del embrujo y misterio de la ciudad de Granada, la leyenda cuenta que una esclava morisca predijo el futuro a María Pacheco por medio de las artes de hechicería, determinando que ésta llegaría a ser una gran señora y que su marido llegaría a ser algo cercano a un rey.

En una época anterior a los horóscopos televisivos de la madrugada y los consultorios a cobro revertido este tipo de predicciones tenían un gran peso en las vidas de las personas, así que quédense y sigan leyendo para saber hasta qué punto se cumplió (o no) la profecía de la hechicera morisca.
Lo cierto es que el hombre que consiguió la mano de María Pacheco y debía acompañarla para cumplir su profético destino no resultó, en un primer momento, lo que se dice un partidazo. Juan de Padilla, nacido en Toledo en 1490, provenía de un linaje de hidalgos muy inferior en estatus a los López de Mendoza y Pacheco, lo cual no fue impedimento para que el toledano cayera en gracia a su suegro, el Gran Tendilla.
Éste aportó una jugosa dote a la pareja, que contrajo matrimonio en 1511 cuando María contaba con 15 años, y permitió que ambos residieran por un tiempo en su corte situada en la Alhambra de Granada.
No sabemos nada relevante de María Pacheco hasta 1518, fecha en la que la pareja se
trasladó a Toledo por motivos de trabajo: Juan de Padilla había sido nombrado por
Carlos I (curiosa ironía) como capitán general de las gentes de armas del Reyno.
Es en esta maravillosa ciudad a orillas del Tajo donde María se ganará un lugar destacado en la Historia, pero para llegar a ello todavía debemos esperar unos cuantos párrafos.


La rebelión
El verano del año 1520, por motivos que no vienen el caso en este breve artículo, buena parte de las ciudades de Castilla la Vieja se alzaron en armas contra Carlos I, que en ese momento se hallaba camino de Europa para recibir su corona imperial.
Toledo fue uno de los principales puntos calientes de la rebelión, aportando a la causa de las Comunidades un ejército cuya capitanía recayó en Juan de Padilla. Tras una serie de dimes y diretes con las fuerzas del rey y con los otros capitanes comuneros, Padilla acabó siendo aclamado con jefe único del ejército unificado de las Comunidades. Dicho ejército resultó aniquilado por las tropas del rey el 23 de abril de 1521 en la batalla de Villalar (recomiendo de nuevo leer el artículo sobre la batalla publicado en LPR), terminando Juan de Padilla sus días ante el verdugo en la plaza de dicha localidad vallisoletana. Antes de morir, Padilla dedicó sus últimos pensamientos a la ciudad de Toledo y a María Pacheco, a la cual dejó como legado las reliquias y escapularios que había llevado durante la guerra colgados del cuello.
Toledo resiste.

La noticia de la destrucción del ejército de las Comunidades y la muerte de Padilla llegaron a Toledo como un tremendo mazazo. María sufrió una repentina enfermedad a causa del dolor de la pérdida de su esposo, pero sabemos que la convalecencia no duró mucho, ya que ante los rumores de una posible capitulación de la ciudad, nuestra protagonista decidió tomar cartas en el asunto y erigirse como líder de la resistencia a ultranza contra las tropas realistas.

La centella de fuego de Castilla se ganó aquí su apodo a base de fuerza de voluntad y tesón, recorriendo Toledo de riguroso luto y animando a los defensores. Llegó a extremos tales como ordenar a la artillería que guardaba el Alcázar toledano apuntar a las casas de aquellos sospechosos de buscar un acuerdo con las tropas del rey o requisar los fondos y reliquias de la Catedral, sede Primada de las Españas, para pagar a las tropas que seguían defendiendo la ciudad.


Curiosamente, algunos de los hermanos de María Pacheco se encontraban en el bando realista y, al enterarse de que su querida hermana era quien dirigía la resistencia de Toledo, intentaron negociar una rendición que fue rechazada de plano por ella. El asedio de Toledo comenzó en septiembre y se prolongó hasta mediados de octubre de 1521, alcanzándose una tregua temporal que acabó en enero de 1522. La situación era imposible de revertir: solos, aislados y con la revuelta aplacada en el resto del reino, Toledo y María resistían en solitario a las tropas realistas.
La salida y el exilio.

A pesar de que la leona de Castilla contempló el extremo de convertir su casa-palacio en un fortín, las circunstancias le obligaron a tomar una decisión definitiva: en febrero de 1522 María Pacheco salió de Toledo disfrazada de campesina y acompañada de su hijo pequeño, recibiendo asilo y ayuda de varios de sus familiares y amigos de la alta nobleza que habían permanecido leales a Carlos I.
Al fin, María consiguió alcanzar a salvo el reino de Portugal, donde recibió el veredicto del Perdón General emitido por Carlos I en la ciudad de Valladolid que la excluía de la lista de rebeldes sometidos a la misericordia real. Poco después, en 1524, se le condenó a muerte si alguna vez volvía a pisar cualquiera de los dominios del emperador Carlos.
De este modo, María quedó confinada en Portugal, logrando vivir precariamente gracias a los auxilios económicos y ayudas de los obispos de Oporto y Braga.

El final.
María Pacheco falleció en Oporto en 1531, después de sufrir una enfermedad en el costado durante la cual, curiosamente, se dedicó a leer libros y tratados sobre medicina con el fin de encontrar una cura o remedio.
La que fuera centella, leona y tizón de Castilla nunca pudo pisar de nuevo su tierra a
pesar de las súplicas dirigidas al rey por sus hermanos Diego y Luis Hurtado de Mendoza, no recibiendo ni siquiera el cumplimiento de su última voluntad: regresar tras su muerte para descansar junto a su marido en la tumba de éste en Villalar.
Recibió sepultura en la catedral de Oporto, mandando labrar en su lápida un epitafio en latín compuesto por ella misma.
El ya mencionado Diego Hurtado de Mendoza, hermano muy querido, le dedicó finalmente estos versos a modo de reivindicación de su figura, tan alabada por amigos y enemigos como la mujer más dotada para el mando, las armas y las letras:
Si preguntas mi nombre, fue María;
Si mi tierra, Granada; mi apellido,
De Pacheco y Mendoza, conocido
El uno y otro más que el claro día;
Si mi vida, seguir a mi marido;
Mi muerte, en la opinión que él sostenía.
España te dirá mi cualidad;
Que nunca niega España la verdad