Saltar al contenido

El pollo al horno de los domingos

⏰Tiempo de lectura: 2 min

José María Martín Miguélez

Al empezar a escribir este artículo se me viene a la cabeza la imagen de mi abuela y espero que a quién quiera que esté lo leyendo también le pase.

En esta misma revista podéis ver el cortometraje de Sara Rivero que ha hecho soltar una lágrima a más de uno y nos ha hecho orgullecernos un poco más de ser jóvenes castellanos (Gracias Sara).

-Si no lo visteis en su día, ya estáis haciéndolo  antes de seguir leyendo-

“Nunca he llevado un traje regional. … Un zapato negro no me representa. El viernes de dolores no me representa.” 

 

Me identifico con estas frases al 100% y, sin embargo, siento un cariño hacia mi casa que no lo puedo describir con palabras. Tal vez la herencia que he recibido de mis padres y abuelos no es la misma que la que ha tenido otra persona, pero eso no me quita de emocionarme cuando pienso en mi casa, ni sentirme menos castellano. La herencia es algo subjetivo, yéndonos a una definición más antropológica, es ese marcador identitario que permite distinguirnos entre grupos sociales, y hace referencia a una memoria social colectiva, aunque se transmite también de manera individual entre generación y generación. Esto quiere decir que, dependiendo de lo que hemos vivido cada uno en nuestra casa, podemos sentirnos identificados o no con determinadas tradiciones que forman parte de nuestro entorno. En cualquier caso, una característica de la memoria colectiva es que depende de que las personas la mantengan viva, Igual que nosotros, es probable que nuestros abuelos dejasen morir ciertas tradiciones cuando eran jóvenes. Puede que ni siquiera lleguemos nunca a conocer estas, o que se encuentren en museos o artículos científicos.

Entrando en harina

Pero habéis venido aquí a leer sobre comida, así que vamos a extrapolarlo a la cocina. Si te digo que pienses durante 10 segundos en unos platos que te recuerden a casa, ¿qué se te ocurre?

IMG_9724
BODEGÓN COTIDIANO cedido por @van_vuu

A mí me vienen a la cabeza las albóndigas de bacalao que hacía mi abuela en Semana Santa, las patatas a la importancia que se cocinaban durante toda la mañana, el cordero asado de navidad o el pollo al horno de los domingos de mi madre. Sí…no todo es tan castellano como podría, pero todos estos platos tienen algo en común. Cada uno de ellos era un momento especial en casa.

“Lo diferente a estas alturas, lo disruptivo, es lo de casa. En los últimos años, en la cocina cada vez se valoran más los restaurantes que elaboran platos de toda la vida .”

IMG_9725 (1)
BODEGÓN COTIDIANO cedido por @van_vuu

Llevo unos años viviendo fuera de mi pueblo y no recuerdo la última vez que comí albóndigas de bacalao, ni cuándo hice patatas a la importancia o pollo al horno como lo hacen en casa. Y aun así han sido los primeros sabores que me han venido a la cabeza en esos 10 segundos. 

Las albóndigas de mi abuela estaban muy buenas, y el cordero asado de chuparse los dedos, pero si sigo pensando durante más tiempo se me ocurren las croquetas de jamón que estaban de muerte o la olla de cocido, que alegraba los inviernos. Esos eran los platos más ricos que recuerdo de mi infancia, pero eran algo menos regular.

Todos esos platos me han marcado y forman parte de la herencia que he recibido y de la identidad que tengo, pero los que más fuerte se han grabado a mi memoria han sido los que estaban ligados a un rito. En Semana Santa, en Navidad o cada domingo, en mi casa se ha comido una cosa, año tras año. El resto de los días, no se podía comer “porque no es (inserte momento del año)”, ¡era una locura siquiera plantearlo en casa!

Tradiciones para quedarse a vivir

Estos platos me representan, estas han sido las tradiciones que he vivido en casa. Igual otras personas las han vivido de una manera distinta, quizá más completa (trajes y bailes regionales, etc), pero la realidad es que algunas parecen estar olvidándose con el paso del tiempo.

El hecho de tener una tradición en casa, de hacer algo en una determinada fecha, estableciendo un rito, es algo precioso que se nos graba en la memoria y se está perdiendo. Los sábados de paella, el primer fin de semana del mes de escapada a la montaña, celebrar el 23 de abril o el 31 de diciembre, cualquier cosa que le de sentido -o aroma- al tiempo.

Estoy seguro de que no me vais a tachar de loco si afirmo que vivimos en un mundo acelerado, en el que no tenemos tiempo para pensar en nosotros y mucho menos para pensar en nuestros antepasados. En un mundo globalizado en el que la cocina destaca por fusiones de culturas en técnicas y productos, donde lo nuevo es lo de fuera y el exotismo constituye un valor esencial. 

“Los jóvenes tenemos que acoger esa herencia que forma parte de nosotros y convertirla en algo que de verdad nos represente, adaptarla al resto de influencias que forman nuestra identidad. “

IMG_9728 (2)
BODEGÓN COTIDIANO

Identidad y tradición: reapropiarse

Lo diferente a estas alturas, lo disruptivo, es lo de casa. En los últimos años, en la cocina cada vez se valoran más los restaurantes que elaboran platos de toda la vida o que recuperan e interpretan la comida considerada tradicional. Hace falta una serie de Netflix para que se pongan de moda otra vez las boinas, o un artista madrileño para que la gente empiece a escuchar música de pasos. Y no lo interpretéis mal, estoy convencido de que estas representaciones culturales que están surgiendo ahora son el camino a seguir para que las tradiciones no se pierdan.

Los jóvenes tenemos que acoger esa herencia que forma parte de nosotros y convertirla en algo que de verdad nos represente, adaptarla al resto de influencias que forman nuestra identidad. Tenemos que estar orgullosos de escuchar flamenco y música electrónica, o de ser de sopas de ajo, pero cenar ramen. Tenemos que encontrar esas reuniones de amigos para comer asados y platos de cuchara, difundir nuestra cultura a través de los medios artísticos actuales, y no dejar de lado nuestra identidad porque no se ajusta a los tiempos que corren.

Soy castellano -de aquí, como diría el meme-, soy salmantino, y aunque no toque la gaita y el tamboril ni baile danza regional, puedo sentirme identificado con mi tierra a mi manera.

“Porque la única historia de la que puedo hacerme cargo es de la mía”.