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Zamora Repoblación

Tiempo de lectura: 5 min

Guillermo Batalla, Carmen Abril

Zamora Despoblación: La tierra callada

Guillermo Batalla 

Si en algo es líder la provincia de Zamora es en pérdida de población. Triste circunstancia que, desde los años 60, solo hace que aumentar. Zamora es la provincia española que más población ha perdido en los últimos 30 años (casi un 25% desde 1996). 

Varios factores contribuyen a que, año tras año, este porcentaje vaya en aumento. La desindustrialización de la ya casi inexistente industria zamorana, la desmantelización del 50% del servicio ferroviario, la baja oferta formativa a partir de secundaria y la escasa rentabilidad del sector primario son los principales causantes de la diáspora Zamorana.

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Salto de Castro (Zamora) | Fotografía de Guillermo Batalla

Salto de Castro es el más claro ejemplo de abandono forzado por la desindustrialización y automatización de la provincia. La historia de este municipio es muy joven y se remonta a 1941, cuando -lo que por aquel entonces era- la empresa “Iberduero” (disuelta y fusionada con Iberdrola desde 1992) planteó la construcción de una gran presa de 50 metros de alto en el oeste zamorano y de un pueblo que albergase a todos sus trabajadores. En 1952, la presa fue puesta en funcionamiento y la vida comenzó en Salto de Castro, una localidad que contaba con todas las comodidades del momento; apartamentos para los trabajadores de rango más bajo y chalets adosados para los altos cargos, cantina, tiendas, oficinas, consultorio médico, iglesia, cuartel de la Guardia Civil y hasta un hotel de cinco plantas. 

Edificio abandonado en Salto de Castro | Fotografía de Guillermo Batalla
Edificio abandonado en Salto de Castro | Fotografía de Guillermo Batalla

El pueblo se mantuvo con vida hasta 1989, cuando la central se automatizó completamente y se prescindió de todo el personal, el cual fue trasladado a otras zonas. Actualmente, el pueblo muestra un estado de deterioro ligero, pero ha sido totalmente saqueado y vaciado; no quedan cables, puertas, ni ventanas en ninguna de las viviendas. Gracias al entorno natural excepcional donde se encuentra, ha habido varios proyectos para convertir el entorno en un gran centro turístico, sin embargo, todos estos planes llevan totalmente parados desde hace más de diez años.

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Antigua parada de tren de La Tabla | Fotografía de Guillermo Batalla

En plena Tierra de Campos, atravesado por una carretera provincial aún en uso y muy cercano a otros municipios de la zona, se extiende el pueblo de La Tabla. Un municipio que llegó a ser el centro del comercio de la comarca durante los 99 años que se mantuvo habitado. La historia de este pueblo va de la mano con la historia ferroviaria de la provincia. En 1896, se construyó la línea férrea que conectaba el sur de la península, desde Sevilla, hasta el norte en Gijón de forma directa. Esta línea era conocida como la Vía de la Plata. A su construcción se sumó la de la estación de La Granja de la Moreruela – Villafáfila, en una finca llamada La Tabla, de donde el municipio tomó después el nombre. 

Esta estación se construyó en mitad de la comarca de Tierras del Campo, buscando un punto medio entre todos los municipios de la zona, dando así servicio a todos ellos. Con la llegada del ferrocarril a la zona, rápidamente se comenzaron a formar negocios y viviendas alrededor de la estación y a lo largo de las vías. El pueblo llegó a tener escuela pública y se construyeron dos grandes silos para el almacenar el trago que más tarde se transportaría. Estos silos rápidamente sustituyeron a los de Villafáfila y Villarrín por su mayor cercanía a las vías, que facilitaba el transporte y por ende su rentabilidad. El auge económico que trajo el ferrocarril a la zona se vio truncado en octubre de 1984, cuando se anunció el cierre de la línea de la Vía de la Plata.

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Parada de tren abandonada en La Tabla | Fotografía de Guillermo Batalla
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Antigua puerta de la parada de tren de La Tabla | Fotografía de Guillermo Batalla

El último tren que circuló por sus vías lo hizo el 1 de enero de 1985. El cierre afectó gravemente a la economía, no solo de la comarca, si no, de la provincia entera, privando deEl último tren que circuló por sus vías lo hizo el 1 de enero de 1985. El cierre afectó gravemente a la economía, no solo de la comarca, si no, de la provincia entera, privando del 50% de su conexión ferroviaria a Benavente, la segunda ciudad más grande y uno de los motores económicos más importantes de la provincia. El cese del transporte por ferrocarril hizo que el grano dejara de ser un cultivo rentable para las tierras (el transporte por carretera subió demasiado los costes y el precio de compra no aumentó). La otra línea férrea que atraviesa la provincia es la que conecta Madrid con Santiago de Compostela, que se ha visto reforzada en los últimos años gracias a la llegada del AVE, que efectúa dos paradas dentro de la provincia (Zamora y Puebla de Sanabria). Aparte de las nuevas vías de AVE existen las vías de Cercanías y Media distancia, que aún no tienen conexión eléctrica y por la que circulan trenes con motor de diesel. 

 

Los trenes de Cercanías, que son los únicos que efectúan paradas en pueblos de la provincia, solo circulan dos veces al día, una de ida por la mañana, tanto a Zamora como a Puebla de Sanabria, y otra de vuelta por la tarde, lo que hace que no sea un medio de transporte muy efectivo para desplazarse por dentro de la provincia y que se priorice el transporte por carreteras mediante autobuses o coches particulares.

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Casa derruida en Otero de Sariegos (Zamora) | Fotografía de Guillermo Batalla

Otero de Sariegos es el pueblo que más ha resistido de los tres, ya que se ha mantenido habitado hasta hace un par de años, aunque es el que se encuentra en peor estado. Desde los años 70 ha ido sufriendo un lento pero severo deterioro debido al abandono. Otero representa el triste futuro al que muchos pueblos zamoranos se enfrentan inevitablemente, en muchos de los cuales, ya se observa ese abandono en muchas de sus casas. 

El pueblo, de adobe típico de la zona, parece poco a poco irse mimetizando con el paisaje llano y terroso. Este municipio es el reflejo de todos los factores anteriores y el triste destino al que se abocan, al parecer de manera inevitable, los 184 municipios zamoranos que aparecen actualmente catalogados con riesgo de despoblación. De los 16 que eran en 1961. Es una tragedia.

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Ruinas de una antigua casa en Otero de Sariegos (Zamora) | Fotografía de Guillermo Batalla
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Garaje en ruinas de una antigua casa en Otero de Sariegos (Zamora) | Fotografía de Guillermo Batalla

Zamora Repoblación

Carmen Abril

El discurso-rapapolvo de Ana Iris Simón en el evento por el Reto demográfico 20250 me gustó porque hablaba en plata, sin retorcimientos dialécticos y yendo al grano. Tal como ella ha dicho en alguna ocasión, ya cansa oír a la gente hablar “en universitario” sobre estas cuestiones. Guardo, sin embargo, un par de grandes reservas respecto y vengo a reflexionar sobre una de ellas en especial.

En LPR se ha dicho ya, sobretodo al principio: por supuesto que un mercado laboral estable y con garantías, unas redes de comunicación (físicas y virtuales) sólidas y articuladas, un sistema sanitario y educativo decentes y una inversión potente en industria e i+D son fundamentales para el desarrollo de un futuro en el medio rural. Por supuesto que no vale con tener los pueblos bonitos para que vengan a verlos los turistas, aunque eso esté bien también.

Lo ideal sería que este desarrollo material se produjera, y que se produjera bien, de manera equilibrada, consciente, sostenible y largoplacista.

Lo ideal sería que los turistas fuéramos nosotros, que no fuésemos el resort de Europa, sino nuestro propio resort. Lo decíamos en TurismoEco: está bien viajar a larga distancia, pero también está bien hacerlo a corta, y sobretodo, más que estar bien, “ya está bien” de la paletada de sobrevalorar sistemáticamente lo extranjero y despreciar e ignorar lo propio.

Hay que seguir insistiendo sobre estas cuestiones -y más en ambientes institucionales- y, aunque el turismo y el comercio internacional sean una buena oportunidad de desarrollo del medio rural, hay que mirarlos con cautela y, sobretodo, no entregarnos a ellos con desesperación y servilismo, sino sabiendo bien lo que vale el producto que estamos vendiendo.

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Ana Iris Simón durante un discurso

“La verdadera cuestión es que a esos inmigrantes de los que habla no hay que “traerlos”, porque vienen ellos solos. Precisamente, el problema es que se mueren -literalmente- por venir.”

El quid

Hasta ahí todo muy bien. Pero luego está la cuestión de los inmigrantes. Este es el tema más confuso y turbio del discurso y sin embargo no es el que más ha rechinado. Y no pretendo usarlo para cancelar a Ana Iris; solo aprovechar esta intervención -ahora ya un poco pasada, como cualquier intervención al cabo dos días- para traer un debate sobre el que quiero caer hace tiempo.

 

Ana Iris dice, hacia a la mitad de su discurso, que le escama la propuesta para el reto demográfico de la que tanto se habla de “traer a los inmigrantes para que paguen las pensiones”, ya que esto supone usarlos como divisas, importar “mano de obra” e impedir que paguen las pensiones en sus países.

Para empezar, no es un tema del que se hable tanto. No tanto como se debería, al menos.

Para continuar, la verdadera cuestión es que a esos inmigrantes de los que habla no hay que traerlos, porque vienen ellos solos. Precisamente el problema es que se mueren -literalmente- por venir. Se echan al mar, cruzan vallas. No son mano de obra importada ni divisas, son personas con una cara y una trayectoria vital concreta pidiendo refugio. Y aquí, donde no solo tenemos el espacio para acoger familias, sino que tenemos además la necesidad imperiosa de rejuvenecer la población, negamos con la cabeza y les decimos que no, que a no ser que tengan 8000 euros en el banco (a efectos legales este es el único requisito para ser un emigrante legal) no pueden entrar.

 

Si se ponen las piezas sobre la mesa, una por una, el cuadro parece no tener mucho sentido.

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Manzanas caídas pudirendose | Fotografía de Guillermo Batalla

Ecuación de primer grado

Tenemos una pirámide de población invertida y pesada. La media de edad es de 50 años.

 

Tenemos la mitad del territorio -y especialmente aquí, en Castilla- despoblado, desangelado, desierto.

 

Y tenemos un montón de gente -la mayoría jóvenes familias- solicitando asilo, un lugar donde establecerse y prosperar.

 

(Un auténtico montón, por cierto; España rechaza al año más de medio millón de peticiones de asilo y de verdad que a mí no me parece que sea un tema del que se hable recurrentemente en los bares. Ahora, con la guerra de Ucrania, el panorama es bien distinto pero no es mi objetivo aquí denunciar esa hipocresía, sino elevar la urgencia de que se haga algo.)

Hacer memoria

Para el abuelo de Ana Iris, tal como ella dice, fue un trauma emigrar. 

Eso seguro, nadie en su sano juicio quiere hacerlo (excepto los alemanes cuando se jubilan, pero eso nos da igual). El hecho es que, cuando el buen hombre tuvo que hacerlo, pudo. Cuando nosotros, los españoles, tuvimos que emigrar en los 70 -no como “mano de obra importada”, sino como sujetos agentes y sensibles buscando un futuro mejor-, pudimos; nos fuimos en masa a Argentina, a Alemania y nadie nos devolvió en cayuco de vuelta. Al margen de que nos necesitasen o no para su salud demográfica, al margen de que nos tratasen como a una clase inferior y nos viéramos guetizados -que también mal- el hecho es que pudimos irnos, y luego pudimos quedarnos, trabajar dignamente y decidir volver o no hacerlo.

 

No se trata de si en la acogida de inmigrantes y refugiados está la solución al reto demográfico, aunque muy posiblemente lo esté. No se trata exactamente de si es la solución o una de las soluciones, sino de que es una urgente necesidad. Para nosotros, y desde luego para ellos.

“Es un lío, sí, pero se puede hacer. Fuck Okam y su navajita puñetera a veces, sorbretodo en cuestiones humanitarias.”

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Ruinas de una casa antigua | Fotografía de Guillermo Batalla

Lo difícil

Y soy consciente -de verdad que lo soy- de las intrincadísimas implicaciones económico-sociales que una tarea de este calibre comprendería en caso de llevarse a cabo. Pero que sea complejísimo integrar un flujo grande migración no quiere decir que sea imposible. Para empezar, mal que nos pese, dependemos de Europa. Ojalá no fuese así, y habrá que ir viendo fórmulas de recuperar la soberanía, sea a nivel nacional o directamente regional, vale. Pero, hoy por hoy, estamos haciendo malabares (entre otros, cobrando por carreteras cuya construcción ya hemos pagado) para que Europa esté tranquila sabiendo que le devolveremos el dinero que nos está prestando. Precisamente uno de los problemas más gordos en la agenda política europea es desde hace tiempo la tremenda crisis de refugiados que la presiona por varios flancos; uno de ellos, el estrecho, el flanco del que somos responsables.

Y aunque estamos teniendo una actitud menos rocambolesca que otras naciones como Hungría, estamos haciendo las mismas cosas que ellos pero “a la chita callando”; no estamos acatando las cuotas asignadas en un principio, estamos aguantando, devolviendo, abrumando con burocracia imposible a gente que llega desesperada y en la situación más precaria imaginable.

 

¿Por qué no contentar a Europa poniéndonos a la cabeza del proceso de integración de los asilum seekers (de la población refugiada), que nos ruegan un sitio seguro donde establecerse con sus familias, aprovechando para, al mismo tiempo, subsanar uno de nuestros problemas más sangrantes?

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Chica sosteniendo una tabla en el campo | Fotograma de CASTILLA MA por El Carrusel

“Y de qué vivirían, tal.”

Bueno. Ya estamos usando inmigrantes ilegales como jornaleros en el campo, bastaría con hacerles papeles y tratar de regular las condiciones laborales pertinentes. Generarían, para empezar, una gran demanda de servicios que daría trabajo a profesores de español, inmobiliarias, habría más clientela en las cafeterías, en los supermercados, en los estancos de los pueblos. Muchos vienen con profesiones cualificadas y saben inglés, en el caso de los sirios, o francés en el caso de los marroquíes (y visto lo visto el francés debería volver a ser el segundo idioma, ahora que UK nos ha abandonado vilmente).

No sé, habría que ir viendo, desde luego fácil no será. Pero tenemos una administración amplia, amplísima, amplicíiiiiiisimma, que a menudo da la sensación de estar algo desocupada (de la pachorra de los funcionarios administrativos y sus descansos de una hora y media para café ya hablamos otro día), habrá que ver qué hacer.

Y que la gente de aquí tenga buenos servicios, y carreteras, y todo eso, eso también, y por supuesto. Eso ya lo iríamos viendo. Pero eso. Que no se trata de “traer” a nadie. Los emigrantes vienen solos, porque lo necesitan. La cuestión es dejarlos entrar a la fiesta, una fiesta en la que hemos colgado un cartelazo de “aforo completo” y en la que literalmente hay tres personas dentro, aburridísimas.

Y si supone un complejo despliegue técnico el integrarlos, en mi opinión, se debe más al factor “inmaterial” que al material, ya que la demanda, el consumo, etc, eso va todo rodado. La economía florece donde hay gente. Lo que es más complicado es la integración social de culturas tan distintas, pero eso ya se ha visto aquí, en la antigüedad, precisamente en tiempos más prósperos, aunque menos civilizados. Respecto a la innegable (aunque no absoluta) realidad de los pueblos hoscos que aborrecen al forastero, empieza a disiparse poco a poco, ahora que sus vecinos han visto “las orejas al lobo”. La gente de los pueblos tiene fama de cerrada, y muchas veces bien merecida, pero esta actitud está en horas bajas y la gente está dispuesta a integrar a quién sea antes de ver morir su municipio del alma.

No sería todo miel sobre hojuelas, vale, pero ahora existe una renovada buena disposición fruto de la necesidad.

 

Nadie habla de “traer” a los inmigrantes; se habla de dejarlos entrar. Y ya luego, además, como valor añadido, seguramente acaben salvando nuestro sistema de pensiones y aportándonos muchísimo más de lo que les demos. Y si no al tiempo

Es un lío, sí, pero se puede hacer.

Precisamente con el tiempo voy convenciéndome de que a menudo las cosas que parecen “un lío” y dan pereza por lo complicadas, son la mejor solución. Fuck Okham y su navajita puñetera, a veces. Sobretodo en cuestiones humanitarias.

Asique Ana Iris, muy bien, muy bien hablar claro, muy bien un discurso sociopolítico contundente y exigente con las instituciones. Que se pongan las pilas, que no se dejen comer por la europeización (que es una forma de globalización y tantísimo tiene que ver, al final, con el mercado salvaje), que para eso está es Estado. Soberanía, mercado laboral estable, familias (del tipo que sean), dinamización realista del campo, sí. Todo eso, genial.

Pero nadie habla de traer inmigrantes a llenar los pueblos de la España vaciada. Si me apuras, ojalá se hablase más de eso, aunque fuese en términos tan feos.

Nadie habla de “traer” a los inmigrantes; se habla de dejarlos entrar. Y ya luego, además, como valor añadido, seguramente acaben salvando nuestro sistema de pensiones y aportándonos muchísimo más de lo que les demos. Y si no al tiempo.